Estaba en el sexto mes de mi embarazo y completamente agotada después del funeral de mi abuela.
Las filas en el aeropuerto habían sido un verdadero suplicio, y sentí alivio al finalmente subir al avión y dejarme caer en mi asiento, esperando encontrar un poco de descanso.
Solo diez minutos después del despegue, una azafata se acercó a mí y me dijo:
—Disculpe, señora. ¿Podría acompañarme?
Su tono firme no me dejó otra opción que seguirla hasta la parte trasera del avión.
Me llevó a una pequeña sala vacía reservada para la tripulación, y de repente, su actitud cambió.
—¡DEBE ARRODILLARSE INMEDIATAMENTE! —ordenó.
Después del funeral de su abuela, Kayla se sentía abrumada por el dolor. Había perdido a una persona que siempre había estado ahí para ella, su mayor apoyo.
En el momento del fallecimiento de su abuela, Kayla estaba en el sexto mes de su embarazo. Pero no podía imaginarse faltar a esa despedida final, así que decidió tomar un avión. En el vuelo de regreso, se acomodó en su asiento, pero notó que un hombre, sentado unas filas más adelante, la miraba de forma extraña.
Al principio, pensó que esas miradas se debían a que estaba viajando sola en su estado, pero a medida que avanzaba el vuelo, empezó a sentirse cada vez más incómoda. Finalmente, decidió ignorarlo.
Un poco más tarde, la azafata se acercó a Kayla y le pidió que la acompañara. Kayla pensó que había un problema con su asiento o su equipaje, pero cuando llegaron cerca de los baños, la azafata le pidió que se arrodillara.
Sorprendida, Kayla se negó, pero el tono tajante de la azafata la asustó, así que obedeció.
Confundida y sin entender qué había hecho mal, Kayla notó que el hombre extraño se acercaba. La miraba con enojo y declaró que estaba contento de que finalmente la hubieran atrapado.
Sin comprender lo que estaba ocurriendo, Kayla preguntó qué había hecho mal. El hombre le respondió que ella sabía muy bien por qué la estaban siguiendo.
Según él, ella era la ladrona de un collar muy valioso y llevaba siendo buscada desde hacía algún tiempo. En ese momento, le mostró imágenes borrosas de una mujer captada por una cámara de seguridad.
La mujer se parecía a Kayla, pero no estaba embarazada y llevaba un tatuaje en la muñeca.
Aunque Kayla intentó explicarle esto al hombre, quien decía ser un detective, él se negó a creerle. Peor aún, la acusó de fingir su embarazo para escapar de sus crímenes.
Kayla rompió en llanto. Se sentía impotente. La azafata se burló de ella y le ordenó que permaneciera de rodillas hasta el aterrizaje.
En ese momento, Kayla notó que la azafata llevaba el mismo tatuaje que la mujer en las imágenes.
—¡Eres tú, tú eres la ladrona! —gritó Kayla—. ¡Tienes el mismo tatuaje!
El detective miró la muñeca de la azafata y vio el tatuaje.
Quedó claro que había cometido un error y que la azafata lo había manipulado, haciéndole creer que estaba ayudando en la investigación.
El detective le puso las esposas a la azafata y alertó a las autoridades, que la esperaban en el aeropuerto para detenerla.
En cuanto a Kayla, el detective se disculpó por el estrés que le había causado. Ella seguía alterada, pero aliviada de que todo hubiera terminado.
Estaba ansiosa por volver a casa con su esposo y descansar. El día había sido intenso, pero se sentía feliz de que todo hubiera salido bien, tanto para ella como para su bebé.
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